LA OCASIÓN LA PINTAN ¿CALVA?



C-A-L-V-A.

Que se dice pronto. Pero no resulta fácil. Y, desde luego, se tarda un poco más en asimilarlo.

Cinco letras, pequeñas e insignificantes, que en ese momento, el que te dicen que se te va a caer el pelo, parecen poco menos que un j*dido abecedario completo.

Tú, que a duras penas te has repuesto, como has podido, de un shock inicial, aterrador, y una cirugía, de la que aún te quedan secuelas (et in sæcula sæculorum), ya tienes un nuevo demonio al que enfrentarte: 



Y, sí, ya sé que en el fondo es el menor de tus males. Pero todo aquel que te haya dicho que no es para tanto, miente. Y si lo pienso, ahora, me resulta hasta gracioso. Porque, también, dice la verdad.

Supe que iba a perder el pelo en la primera consulta, ni más ni menos. Y creo que hablo en nombre de todas cuando os digo que, a pesar de que nos aseguran, rotundamente, que SÍ, que antes de la segunda sesión de quimio se cae, en el fondo, la mayoría (entre la que me incluyo), albergamos una especie de llamémoslo optimismo que NO se cumple.
Ante la idea del tremendo drama que se avecinaba, y adelantándome, incluso, a los acontecimientos, corrí a «mi pelu», justo antes de la cirugía, a pedir un  buen corte. Ya que iba a ser lo primero, e iba a tener el brazo un tiempecillo inutilizado, al menos que el pelo no fuera un estorbo.
Me gustaría aclarar para todos aquellos que no me conozcáis que, en aquel momento, tenía el pelo casi casi por la cintura: una larga melena castaña, bastante más ondulada que rizada, de la que Facebook no ha dejado, ni por un segundo, que me olvide. ¡Malditas redes sociales¡, que te recuerdan en el momento más inoportuno cuaaaaánto te gustaba tener el pelo largo.  Y, por supuesto, que YA NO LO TIENES.
El siguiente paso fue, siguiendo los consejos de las enfermeras, y de otras tantas chicas que ya habían pasado por esta etapa, anteriormente, raparme.
Y menos mal. Porque a las dos semanas de la primera quimio, y tal y como me lo habían pronosticado, empecé a encontrarme pelos y más pelos sobre la almohada. Y supe que había llegado el momento. El momento de decirle adiós a mi adorada cabellera.

Raparme me pareció, desde el principio, una buenísima idea,  dentro de lo que cabe podérsele llamar bueníiiisima idea a raparse voluntariamente la cabeza. Mirándolo por el lado bueno me haría una idea aproximada de cómo sería mi cabeza sin pelo. Pero esto era sólo teoría. Y aún fallaba la práctica.
Cual sería mi sorpresa al descubrir, de forma totalmente inaudita, que una vez rapada no me veía tan mal
Y que, «para más inri», me veía especialmente DIFERENTE.
Si en algún momento se me ocurrió pensar que aquella experiencia podría llegar a ser, de alguna manera, traumática no podía estar más equivocada.
Aunque sí que es verdad que desde el principio lo tuve claro. No iba a dejar que mi pelo, o más bien la falta de él, condicionaran mi enfermedad. Y mucho menos mi vida.
Puede que eso tuviera algo que ver.

Dicen que no te quedas calva en cuestión de horas. Pero es sólo cuestión de días. Y aunque ya estaba pelona, cuando pasó, no pude evitar sentirme rara.
Y, sobre todo, triste.
Haciendo memoria creo que fue entonces, y no antes, cuando empecé a mirarme, y a verme, realmente como una enferma.  Es curioso lo que llega a adornar el pelo.
Y, supongo, que ése es uno de los grandes motivos por los que algunas se compran peluca.
No fue mi caso.
He de decir, sin embargo, que sí que acudí a la AECC a probarme algunas de las que «prestaban», pero no hubo suerte. Me sentía totalmente disfrazada. Y no me quedó más remedio que descartar, esta opción, por completo.
Así que podría decirse que, oncoestéticamente hablando, me decanté por los pañuelos. Sabía que, a partir de entonces, sería como llevar un letrero luminoso que indicara, bien en grande, que tenía cáncer. Pero me daba igual. Ya estaba preparada.
Y tiene gracia. Porque nunca pensé que, al contrario que a Sansón, a mí, la falta de pelo me haría descubrir a una YO más fuerte. Y más valiente.

Llegado el momento me hice con un arsenal de turbantes y pañuelos. No fue fácil. Pero sí barato. O, por lo menos, lo que se dice, asequible.
[Y, desde aquí,  aprovecho para hacer un llamamiento popular en contra de todas aquellas personas que se dedican a la venta de esta serie de artículos y que, por el simple hecho de añadirle la palabra «oncológico», duplican su valor haciendo negocio a nuestra costa.
Señores, y señoras, que se aprovechan de la desgracia ajena para llenarse los bolsillos de dinero: ¡ BASTA !]

Eso sí, si os decidís por éstos últimos no desesperéis en el intento. Al principio puede parecer bastante difícil. Y la mayoría de peinados os quedarán como un churro, literalmente. Pero con  dosis extra de paciencia y, lo más importante, de práctica, podréis llegar a ser unas cuasi-expertas.
Yo aún estoy en ello.

Por otra parte no quisiera olvidarme de mencionar una de las ventajas más importantes, a mi parecer, de que se te caiga el pelo. 
Que te llevas de regalo, y sin coste alguno (¡toma ya!), unas cuantas sesiones de depilación completa. ¡Yuju!
Depilación que, por desgracia, desaparece en cuanto empiezas con el taxol o, si tienes algo más de suerte, en cuanto acabas con la quimio. Pero que nos quiten lo bailao.

Cabría esperar, según lo que os cuento, un crecimiento inmediato por parte de nuestro ansiado pelo al acabar el tratamiento. Pero nada más lejos de la realidad.
Y por si fuera poco, y con quedarte calva no has tenido suficiente, lamento comunicarte que las cejas y pestañas también se caen (¡Ohhh no!).
En mi caso, un mes más tarde, tengo que reconoceros que aún no he encontrado el momento para quitarme el pañuelo. Y mis cejas hace días que se fueron para no volver.

Pero si algo me ha enseñado el cáncer es a parar de guardar cosas para algún otro momento especial. O quizás, más bien, adecuado.
Porque cada día y cada momento lo son.
Y como dice Ane Santiago en su Cartas a Ninguna Parte: "Algún día entenderás que sólo eres responsable de cómo miras el mundo y de cómo dejas que él te mire. Así que mientras veas amor, aunque duela, sigue mirando."
Y eso quiero.

Así que siguiendo la línea de motivos que me llevaron a escribir este blog, hoy, espero que sirviendo de precedente, me gustaría ir un pasito más allá en la normalización de la enfermedad compartiendo con vosotros una foto que, en cierto modo, va a ayudarme a seguir mirando.


Y dejando que el mundo me mire.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

PORQUE FUERON, SOMOS. PORQUE SOMOS, SERÁN. 8M

“Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la...