“Lo universal es el caos. El mundo es, por lo tanto, algo monstruoso, un acertijo de
infortunios que deben ser aceptados, pero por los cuales uno nunca debe capitular.”
Friedrich Dürrenmatt
“En el principio, era
el Caos” nos dice
el poeta Hesíodo en su Teogonía. Y eso es exactamente lo que ocurrió. Primero llegó el caos, y luego la
incertidumbre.
Incertidumbre y miedo
a lo desconocido. Porque después del <<sí,
es cáncer>> tenía miedo (resulta interesante darse cuenta de
que, a pesar de que hoy en día cada vez hay más formas de prevenir y tratar
esta enfermedad, una de las primeras asociaciones es con la muerte).
Enfrentarse a un
diagnóstico de cáncer de mama es una ardua tarea y supone intentar resolver una
infinidad de preguntas que surgen desde el desconocimiento (momento en el que
empecé a ser consciente de lo poco o nada que sabía sobre el tema, lo único que
tenía claro es que no quería tener cáncer) y el miedo que provoca esta temida
enfermedad. Y yo no fui, ni mucho menos, la excepción.
A principios de Enero
tuve la esperada primera consulta (¿qué digo esperada?, esperadííííísima). Desde
el diagnóstico te sientes abocado a una carrera de fondo, a contrarreloj (en
estos casos la acción y reacción son imprescindibles), así que lo primero fue
afrontar que sí, que estaba enferma, y lo segundo, y no menos importante,
cambiar el chip y, por supuesto, la perspectiva. “O te aclimatas o te aclimueres”.
Podréis entenderme,
por lo tanto, cuando digo que para mí, lo primordial en aquellos momentos, era
averiguar, y cuanto antes, el estado real de mi “enfermedad” (a cada tumor su nombre y apellidos) para
poder ponerme manos a la obra y empezar aquella lucha, mi lucha, que me había
tocado vivir.
<< Pero
esto… ¿qué tamaño tiene? >>
<< ¿Cuánto
tiempo lleva ahí? >>
<< ¿Se
ha propagado? >>
<< ¿Me
van a quitar el pecho? >>
<< ¿Necesito
quimio? >>
Una parte de la incertidumbre
no duró, gracias a Dios, tanto como yo creía. Después de un primer diagnóstico,
bastante incompleto, en el que por fin le pusieron nombre (CARCINOMA DUCTAL
INFILTRANTE), y de una
posterior y dolorosa biopsia axilar llegaron las primeras “buenas noticias”. Y
es que después del shock inicial cualquier pasito, por pequeño que sea, hacia
la curación es un merecidísimo motivo de celebración:
<<
Tienes suerte (sí, sí, como lo oís, yo estaba siendo una de las afortunadas),
sigues teniendo un tumor, y maligno, pero lo hemos pillado a tiempo. La axila
está limpia. >>
Lo de “lo hemos pillado a tiempo” me sigue pareciendo
bastante discutible. Puede que a día de hoy, y casi seis meses después de
aquello, muchos penséis que no merece la pena entrar en el eterno debate sobre quién
es el responsable de que mi caso, en concreto, forme parte de lo que se llama
una “detección temprana”. Pero dicen que una detección temprana puede llegar a
cambiar el destino de las personas que sufrimos un cáncer. Y fui
yo la que me autoexploré (desde aquí aprovecho para animaros a todas a
autoexploraros, creo que hay que seguir insistiendo en este aspecto, al que
muchas veces no se le da la importancia necesaria y puede llegar a salvarnos la
vida) y salí corriendo al ambulatorio deseando para ese bultito, aparentemente
inofensivo, una especie de tranquilidad que, por desgracia, y a la larga nunca
llegó (a la vista está). Así que perdonadme si quiero creer que en mi
caso ha sido así y yo soy una de las grandes responsables de “mi suerte”.
Pero centrémonos en
lo realmente importante de aquella frase, la GRAN NOTICIA, y el motivo, GORDO,
de celebración, era que la axila estaba limpia. Para los que no entendáis de lo
que os hablo o estéis algo perdidos, como yo en aquellos momentos, una
afectación en la axila hubiera significado la posibilidad de un mayor riesgo de propagación de la
enfermedad hacia otras partes del cuerpo (es decir, metástasis), cosa que en mi
caso no ocurría.
Después del nombre, y
de una lista interminable de pruebas (gammagrafía ósea, TAC, resonancia, etc), llegaron los apellidos (tamaño relativamente
pequeño y, por lo tanto, un pronóstico mejor de lo esperado). Ya sólo quedaba empezar a hablar del
tratamiento, pero eso vendría más adelante.
En cuanto al miedo,
trabajo para que sea una fracción cada vez más pequeñita del proceso, porque el
miedo no te cura, sino todo lo contrario.
LO PRIMERO QUE HAY QUE TENER CLARO ES
QUE EL CÁNCER NO ES SINÓNIMO DE MUERTE, SINO DE LUCHA.
“Aprendí que el coraje no es la ausencia de miedo,
sino el triunfo sobre él.
El hombre
valiente no es
aquel
que no siente miedo, sino el que conquista
ese miedo”
Nelson Mandela.